"Tu remera mi sudario" (2016)
Escultura y performance. Vidrio, hierro, hule, hacha, camilla, caloventor eléctrico.
290 x 73 x 75 cm


Un cuerpo en reposo es estimulado para que transpire. Esa humedad se evapora y se condensa sobre la superficie traslúcida. Al acumularse, las gotas se deslizan de un extremo al otro para mojar un hacha. La sudoración, como una cualidad de lo vivo y de lo orgánico, agrede silenciosamente el objeto. Hay dos anatomías, con cuerpo y cabeza, intercambiando cualidades.



“Tu remera mi sudario”
(2016)
Instalación. Carpa de nylon, pedestales, garrafas, ollas con agua, carne, caloventor eléctrico, copa, cuchillo.
4 x 4 x 4 mts



El público es invitado a ingresar a una carpa cúbica de nylon. Una vez dentro el ambiente es espeso, sofocante y vaporoso. Todas las superficies se ven expuestas a una humedad que las hace parecer sudadas. En el interior se percibe cómo los objetos, los restos orgánicos y los cuerpos vivos se equiparan y reaccionan al calor de la misma forma: transpiran.








Registro escrito de un espectador:

"‘Una precaria cabaña de nailon’, de formato habitación. Ahí dentro hervía agua en una olla hacía horas. Una nube de vapor empañaba todos los lados del prisma plástico, lo colmaba, nublando la vista y haciendo transpirar cada objeto. Transpiraba el caloventor y su pedestal; transpiraba doble el hueso de vaca que el caloventor calentaba, imprimando en el lienzo blanco que era su soporte los últimos resabios de carne que el carnicero no peló, se derretían y migraban a la icónica tela de bastidor de pintor, abriendo la tonalidad de rojos según cuán seca o fresca estaba la sangre ya caída. Las garrafas de 10 kilos, las petisas, denotaban años de intemperie; el óxido había hecho saltar el esmalte que alguna vez fue blanco, apareciendo ahí las manchas de hierro anaranjado. Ambas con mangueras, una alimentaba la hornalla que encendida hacía hervir el agua de la gran olla, la que nos humedecía; la otra alimentaba una pantalla que encendida calentaba de costado una cacerola con agua que no hervía. En algún momento herviría pero no íbamos a estar ahí para verlo, era solo una posibilidad. En otro pedestal había una copa echada, caída, que transpiraba exagerada. Había sido un premio, de bronce, había grabado en ella un 3er puesto de alguna competencia y a su lado una cuchilla erguida, como un juicio, clavada desde la punta; transpiraban juntas sobre el lienzo que era su sudario. El lado cóncavo sobre el que se recostaba la copa, juntaba para sí misma el agua que el premio condensaba dentro. El vapor que condensaba la cuchilla, de mango de bronce, discurría sobre la forma todo al lienzo. Todos los elementos ahí dentro podría encontrarlos en tu casa: gas, calor, un premio, huesos y un cuchillo. En la otra habitación había un chico desnudo, recostado también sobre lienzo, y también transpiraba, en otro prisma plástico. Hecho a su medida. La tapa plástica y translúcida de su prisma declinaba hacia sus pies, guiando toda condensación que en ese techo hubiere, al hacha que en sus pies había. Las grolsch estaban frescas y era una noche de primavera."

Ludovico Zanettini






TEXTO DE SALA:


Una tortuga borracha.

Esa noche
caminamos con el alma a oscuras,
los huevos calientes y
la boca cerrada, arrancada.

Pude oler su meada que en la mañana
había dejado pegada a un arbusto y
se me pararon todos los pelos.

Llegamos al mar
que rampante nos esperaba;
suaves sombras de pequeñas piedras
y olor a encurtido.

Una precaria cabaña de nailon
nos separaba de la deforme cosa
que nos lamía. El tiempo de su piel
estaba descompuesto
como el de una tortuga borracha.

Esa noche se sacó los ojos para dormir
y trabó la puerta con su oreja.
Durmió como los muertos
y despertó hambriento
revolcándose en el polvo
gimiendo con los dientes parados.

Nos miramos sin luna.

Huyeron los espíritus.


Carlos Herrera
Buenos Aires, 2016